Por David Arias Weil, Rabino y Vicepresidente II de la CCHIL

Parashat Masei, con la que finalizamos el libro de Bemidbar (Números), comienza relatando las 42 “Masaot”, los 42 viajes y travesías del pueblo de Israel a lo largo de 40 años de deambular por el desierto. Un texto un tanto seco, una lista de lugares, a los que la Torá les agrega casi automáticamente las expresiones “Salieron de este lugar y acamparon en tal otro; y salieron de ese tal otro lugar y acamparon en este otro lugar”. Casi tediosa puede ser la lectura de una lista que aparentemente no es más que un diario del viaje, una bitácora. ¿Para qué entonces están escritas estas travesías?.

El Rabino Shimshon Rafael Hirsch (Alemania S. XIX, precursor de la Ortodoxia Moderna) en su comentario a la Torá trae dos visiones. La primera de ellas es la interpretación de Maimónides, Rambam, que en su Guía de los Perplejos (Secc. 3, cap. 50), dice que este texto se une a otras partes de la Torá que no hablan de Mitzvot o de aspectos teológicos fundamentales, pero que sin embargo son de gran importancia. ¿Por qué? Porque puede ser que las huellas de nuestros antepasados que deambularon por el desierto aun estén por allí, teniendo así la posibilidad las generaciones posteriores, de conocer los lugares en los cuales Dios se le reveló al pueblo, sabiendo así que Dios estuvo presente en ese lugar. Tenemos una historia que rodea esta tierra, y de no saber por dónde anduvieron nuestros antepasados, quizás a veces no sabríamos a dónde ir.

La segunda visión, según el RaSHaR Hirsch, es la de RaSHI. El famoso exégeta explica que esta larga lista de viajes no viene sino a hablar bien de Dios, que de las 42 travesías en 40 años, 14 fueron durante el primer año, 8 de ellas en el año 40, quedando apenas 22 viajes que fueron efectuados en 32 años. Las matemáticas de esta historia vienen a decir, que si bien Dios había castigado al pueblo, lo cierto es que no todo el tiempo estuvieron deambulando, sino que hubo períodos largos de tiempo en donde pudieron establecerse en forma extensa. En promedio, estuvieron casi 2 años en cada lugar.

La experiencia de la vida judía, nuestra historia como pueblo puede ser vista como la bitácora de un viaje eterno, un viaje que empezó hace miles de años cuando salimos de Egipto, y que haciendo escala en lugares impensados, nos ha traído también a la tierra de Israel, nuestra tierra ancestral, pero no por eso la travesía se puede dar por terminada. Si bien hay viajes que físicamente terminan, hay otros que dejan en nosotros una huella eterna, dejando a nuestras almas deambular por distintos desiertos espirituales, haciendo 42 o más viajes. Sin duda la Torá podría haber ahorrado palabras en describir estas travesías, sin embargo se da el tiempo de describirlas una por una, aunque sea en forma mecánica y casi automática al estilo “copiar, pegar”.

De todos modos, cada viaje fue registrado, dando a entender que en cada lugar al que fueron hubo algo especial, en cada lugar por el que pasaron, dejaron una huella, y el lugar dejó también una huella en ellos. En cada parada en donde el pueblo de Israel se detuvo, hubo algún hecho que lo marcó. El viaje que comenzó en Egipto, llegó a Israel después de 40 años, se fue a Babilonia, volvió a Israel, salió al exilio y volvió a su tierra después de 2000 años de deambular por todo el mundo, es un medio y un objetivo en si mismo. Los viajes pueden ser un medio, para conseguir algo más, son literalmente el camino mediante el cual llegamos a un objetivo, a una meta. Pero la travesía puede ser también el objetivo mismo, el disfrutar de cada paso, el vivir intensamente el proceso aun antes de pensar en el resultado. De allí quizás la diferencia gramatical que se deja entrever en el segundo pasuk (versículo) de la Parashá:

“Inscribió Moshéh sus partidas para sus movimientos, por mandato de Adonai; y éstos son sus movimientos desde sus partidas” (Bemidbar / Números 33:2).

Moshé escribió “las partidas para sus movimientos” según Dios le había ordenado. Sin embargo para el pueblo eran “movimientos para sus partidas”. Ellos, el pueblo, se movían para una partida, esperando descubrir el objetivo de la travesía, cuando esta terminara. Sin embargo, el viaje comenzó… y lo seguimos viajando hoy. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

 

Shabbat Shalom