La ciudad es el producto de quiebres. No hay espacio urbano que no haya nacido desde las roturas. Roturas con el entorno natural, rompimientos con la historia, quiebres en las culturas.

Cada acto urbano es una rajadura que se expresa en el espacio y en los modos que los que a aquellos los habitamos.

Santiago es un quiebre. Plaza Dignidad es una fractura. Siempre lo fueron.

Conocido es el trayecto trunco del río; famosas los límites sociales que por años han segregado nuestra urbe en un Plaza Italia para arriba y otra cuidad Plaza Italia para abajo, anulando con ello lo más propio del ágora pública, aquella que se constituye para el encuentro de lo diverso.

En fin, el nombre que no nombra, el lugar que no se constituye, el límite de comuna, un cerro que se esconde, la ninguna referencia constitutiva y sin embargo, el punto referente para la acogida de los desbordes de lo social.

Cuanto partido ganado, cuanta fiesta no organizada, cuanta protesta social, cuanto encuentro no convocado, cuanto cruce espontáneo, todo aquello en dicho quiebre.

¿Cómo entonces hoy día, en este tiempo, se re conforma o significa dicho espacio?

Se ha planteado desde la academia, una metodología: convocar a profesionales del área -arquitectos, urbanistas, paisajistas y diseñadores- para presentar propuestas abiertas a las ideas.

Se plantea también la muestra pública y la participación mediante el voto para garantizar escogencias democráticas.

La pregunta que vale, es si seremos estos profesionales los que de modo único y exclusivo, tenemos que tomar las decisiones que determinen el modo en el que dicho (nuevo) espacio se muestre a la ciudad.

Nuestra respuesta es negativa. Vivimos tiempos en donde aquel quiebre urbano arriba bosquejado, se hizo materia, demostrando su inestabilidad y que hizo inconducente haber construido o reconstruir sobre arenas.

Los colores, veredas y vidrios rotos, vecinos cansados, jóvenes por primera vez siendo protagonistas, balines, ojos desgarrados, tránsitos cortados, millones en las calles, los de allá y los de acá, enjambre de alegrías, esperanzas, rabias, dolores, todo en ruptura, requiere de un nuevo soporte pactado, base de la generación de el espacio desde lo diverso.

Un diálogo entre estos y los de allá, arquitectos y vecinos, urbanistas y jóvenes garreros, artistas y estudiantes, dueñas de casa y paisajistas.

La conversación sobre el sobre el espacio público, dejó de ser privilegio de la academia y de la tecnocracia. Con ello podemos poner fin al derroche de energías que generan las desconfianzas. Por ello la reconstrucción de la Plaza no puede radicar en una sola y simple línea presupuestaria.

No podemos depender -exclusivamente- del FNDR y sus metodologías. Esta ciudad ya no es la misma. Chile -eso parece- cambió y ese cambio debe ser integrador.

Carvallo y Texido