Chile es un país de temblores. Estamos acostumbrados a la ocurrencia de unos eventos telúricos que en otras latitudes generan pánico y detienen el ritmo de lo cotidiano. Sabemos de terremotos, los llevamos en nuestra memoria sensible.

Pero de este, de este movimiento social, de este sismo urbano, poco sabemos y, si bien existen resabios de antaño, nos asombra y conmueve la dimensión de algo que suponemos no conocido. Así, vemos atónitos como se combinan expresiones de asombro y alegría épica antes los millones presentes en marchas de familias, jóvenes y murgas, con aquellas otras que nacen de un temor atávico a una turba informe que a su paso quema y destruye, ya no allá, si no que en un acá muy cercano. Entremedio de estas sensaciones, toda la gama: angustia, esperanza, enojo, cansancio, indiferencia, hastío, cálculo…

Todas ellas – y por cierto muy válidas- están presentes en el ishuv sur andino. De ahí que los cruces de opiniones y la diversidad de emociones, deben ser adecuadamente ponderadas. ¿Cómo enojarnos ante un temor que efectivamente se posa en muchos de nosotros? O ¿cómo molestarnos por los deseos de cambio que llenan las redes sociales de varios de nuestros javerim?

Se viene un período bullente. Imaginemos a un país debatiendo el marco constitucional que ordene el quehacer democrático. Pensemos en las enormes posibilidades de verter sobre ese debate, todo el potencial ético que emana de nuestras fuentes y de la tradición de intelectuales de primera línea que aportaron a construir sociedades algo más humanas (solo para graficar, pensemos en René Cassin, co-redactor de la Declaración Universal de DDHH o en Hannah Arendt que dio sustento a un modelo de democracia que quebró los paradigmas hasta entonces existentes).

Hay un mil de posibilidades de entrar en este proceso. Las Comunidades deben abrirse a un diálogo por sobre todo tolerante y respetuoso. Los intelectuales, instancias de encuentro y académicos, deben aportar con mucha entrega, a la comprensión de lo que vivimos y del proceso que se viene.

Las Tnuot pueden, sin salir de sus líneas directrices, conversar sobre los modos en los que podemos y debemos relacionarnos en nuestros contextos sociales. Los colegios, las diversas agrupaciones judías, llenas de diversidad y energía, pueden y deben, realizar mil encuentros y diálogos. Todos podemos ir a los cabildos de plazas y organizaciones sociales. Podemos, y debemos también, pensar en candidatos a constituyentes, los que desde sus distintas miradas políticas, puedan aportar aquello que la Tradición nos enseña y que cada Pesaj recordamos como si aquello lo hubiésemos vivido.

El desafío es complejo. Ya dijimos: conviven enojos, sustos y esperanzas. Pero estas deben movilizarnos de acuerdo con nuestras particulares posibilidades. Sabemos de sismos y terremotos. Movámonos entonces libres y firmes en estas aguas novedosas, las que seguro nos harán reconocer a muchos otros y de paso, ser vistos como iguales.

Marcelo Carvallo