Por Rabino David Arias
Una de lo grandes objetivos del mundo moderno es que cada ser humano, cada mujer u hombre puedan encontrar su “yo verdadero”. Que finalmente cada uno de nosotros pueda ser “auténtico”. Y al parecer, no hay otra forma de tener éxito en esta búsqueda que liberarse de aquellas ataduras que nos ligan al pasado. Ese es el relato de nuestra era: “Haz sólo lo que te hace bien, sólo lo que tú quieres hacer, sólo que de verdad te parece bien hacer”.
Todo se trata de ser “auténticos”, ser libres y liberarnos del pasado oscuro. ¿Acaso no es esa la voluntad del iluminismo? Arrojar luz sobre un mundo que hasta la aparición del iluminismo era un mundo oscuro y tenebroso.
Esta es aparentemente un anhelo entendible, es una petición justificable, todos queremos ser quien realmente queremos ser, nadie quiere sentirse reprimido, encerrado o esclavo de algo o de alguien. Sin embargo, la historia nos demuestra que la libertad no depende tanto de factores externos como de nuestro punto de vista y de una profunda consciencia mediante la cual enfrentamos la vida.
El iluminismo llegó para traer luz al mundo, para permitirle avanzar y desarrollarse, aun así, todos sabemos que eventos terribles siguieron y siguen sucediendo, muchos de ellos violentos y sanguinarios, desgraciadamente incluso hasta estos días, incluso mientras escribo estas líneas en el 2022.
El deseo de liberarse no es nuevo, y es casi tan antiguo como el propio ser humano. La voluntad del hombre de ser libre, de sacudirse del pasado y librarse de las ataduras que aparentemente lo limitan, es una voluntad antiquísima. Esta idea protagoniza uno de los primeros relatos de la Torá y desde entonces “En cada generación debe el hombre…” liberarse de algo o de alguien.
Ya en los primeros días de la historia, al comienzo de Bereshit, Adám pretende desprenderse del mandato divino. El puntapié inicial del juego de la historia de la humanidad la dio el primer ser humano, al rehusarse obedecer a la voz del creador que le ordenó no comer del árbol del conocimiento:
“Ordenó entonces Adonai Elohim a Adám diciendo: De comer habrás de comer de todo árbol del jardín, empero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, Porque el día que comas de él, morir morirás”. (Bereshit 2:16).
Adam pidió justamente liberarse de este mandamiento. Como cualquier adolescente, el primer hombre no hace lo que papá le pidió, y desde entonces nuestro rol es una y otra vez rebelarnos. Adám se rebeló, Noaj se rebelo, Avraham y Sará se rebelaron, así como también Itzjak y Rivká, Yaakov Leá y Rajel e incluso Yosef o hasta Moshé. Todos en algún punto se rebelaron, pero con un objetivo más grande que ellos mismos. Nosotros también somos en cierto punto “rebeldes”, no nos gusta sentirnos atados, queremos hacer sólo lo que verdaderamente nos gusta hacer. De otra manera, ¿cómo se puede ser auténticos? ¿No?
Sin embargo, Adám y Javá (Eva) en su desobediencia no pasaron a ser más libres. La salida del Jardín del Edén no los desató por completo, sino al revés. La salida del Jardínd el Eden los arratró a una dependencia inquebrantable entre el hombre y la tierra:
“Por el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que retornes a la tierra, que de ella fuiste tomada, porque polvo eres y al polvo volverás” (ibid, 3:19)
La liberación de un sistema llevó a la primera pareja del mundo a un nuevo sistema con nuevas normas. En vez de disfrutar de todas las bondades del Edén sin esfuerzo, ahora el hombre debe trabajar para traer el sustento a casa. Pensaron que se habían liberado, pero a fin de cuentas se convirtieron en “trabajólicos”.
A pesar de los efectos secundarios que trae la liberación, el filósofo y sociólogo judío-alemán, Erich Fromm Z”L afirmaba que ese fue el comienzo de la historia:
“El primer acto de rechazo y desobediencia, se transformó en el comienzo de la historia humana, puesto que fue el comienzo de la libertad humana”. (Erich Fromm, “Seréis como Dioses”).
Incluso Avraham Avinu, cuando aun se llamaba Avram, recibió la orden que a ojos del lector moderno del Siglo XXI, es la llamada a salir de la “zona de confort”, como si Avraham hubiese sido el primer emprendedor, al que se le dijo:
“Vete (Lej Lejá) de tu tierra, de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre al lugar que te indicaré”. (Bereshit 12:1)
No hay nada más simbólico que salir de la tierra en la que uno creció, del lugar de nacimiento y de la casa paterna para remarcar la desconexión con el pasado. A pesar de haberle dado grandes resultados, como el nacimiento de sus hijos, el camino que emprendió Avraham hacia la libertad no estuvo exento de desafíos. “El yo verdadero” del padre de la nación judía no es otro que la búsqueda constante de la verdad. Cada vez que Avraham, y sus descendientes, intentaron ocultar la verdad, se vieron fuertemente afectados, y de paso también afectaron a otros. Avraham (en ese entonces Avram) intentó ocultar la verdadera identidad de su mujer Sará (entonces, Sarai) y de esa forma casi todo terminó en un enredo no menor, en el que incluso el Faraón antiguo de Egipto se vio afectado.
Incluso el hijo de Avraham consiguió liberarse. Justamente él, Itzjak, que fue atado en el altar simbolizando la propia atadura en su totalidad. El propio Avraham que escucha por segunda vez el “Lej Lejá” esta vez al Monte Moriah, estaba dispuesto a sacrificar a su hijo para poder demostrarse su autenticidad, que ya no es un “pagano”, sino alguien nuevo.
Gracias a Dios y a un pequeño animal que se encontraba en el lugar incorrecto y en el momento equivocado (o quizás al revés), Itzjak no fue sacrificado. La historia cuenta que después incluso se le va a conseguir una mujer, pero de las de C’naan, sino de de la tierra de su padre Avraham, tal como el primer patriarca lo ordenó. Al parecer aquí el deseo de ser libres no fue tan fuerte, ya que Avraham pide en el fondo volver a su lugar de origen.
Entonces podemos traer como ejemplo a Sará nuestra matriarca quien suplicó, esperó y deseaba fervientemente llegar a la plenitud y alcanzar la auto-realización. Finalmente se le dio lo que tanto esperaba. Sará recibe un hijo, Itzjak. Es entonces, junto con el pasar de la penumbra a la luz de la maternidad, comenzaron nuevos desafíos y conflictos, entre Ishmael e Itzjak. Aun más, aquel breve paseo de Avraham con Itzjak – en el que este último casi muere – lleva finalmente, de acuerdo al Midrash, a la muerte de Sará.
O bien podríamos hablar de Yosef, el símbolo indiscutible de liberación, pidió establecerse por sobre sus hermanos haciéndoselos saber por medio de sus sueños. Yosef buscaba su autenticidad, pero le costó muy caro. Desde el pozo en el que fue arrojado, a la libertad y luego a la cárcel. De allí podríamos pensar que cuando fue liberado de la cárcel, verdaderamente consiguió reconstruirse, llegando a un alto puesto en Egipto.
Pero, ¿qué nos legó con eso?
Algunos historiadores creen que la llegada de Yosef a Egipto y sus consejos al Faraón con respecto a las vacas flacas, fueron en realidad el comienzo de la revolución agrícola, y desde entonces, en vez de ser grupos de cazadores recolectores, pasamos a ser agricultores, dueños de tierras. Desde allí nos atamos al trabajo de la tierra y construimos grandes ciudades, para permanecer cercanos a los campos. Desde que nos convertimos en ciudadanos de las ciudades, perdimos la libertad de movernos libremente. La búsqueda tras comida fue lo que llevó a los hijos de Yaakov a Egipto…
Y en Egipto llegó la dura esclavitud, de aquí en más, la historia es conocida.
Pero la liberación de Egipto fue algo diferente. La búsqueda de la autenticidad, el deseo de algunos personajes bíblicos mencionados aquí, de ser libres, era en realidad un anhelo de poder desconectarse tanto de sus padres como de la tierra. Adám y Javá (Eva) del Edén. Kaín y Hével: De Adám y Javá. Avraham: de la cultura idólatra de su padre y de su lugar de nacimiento. Itzjak: de Avraham. Yaakov: De Itzjak y de Esav. Yosef: De Yaakov y de sus hermanos y también de C’naan para llegar a Egipto y ser quien finalmente fue y así sucesivamente.
Pero la historia del éxodo de Egipto es un tanto distinto tal como lo dice Erich Fromm:
“Surge aquí otra dimensión, la dimensión social de la esclavitud, se agrega a los lazos sanguíneos de la conexión familiar y los lazos que nos ligan a la tierra. El hombre debe no solo romper el vínculo con sus padres, sino además debe cortar con aquellas ataduras sociales que lo convierten en un esclavo dependiente de su amo”.
De Bereshit a Lej Lejá y de Lej Lejá, a Mitzraim y de Mitzraim a Shlaj Lejá. El está en una liberación constante.
El pueblo de Israel clama al creador pidiendo ayuda y pide la redención, querían ser un “pueblo libre”. Sin embargo, al descubrir que el precio que pagarían por esa libertad sería el ser responsables por la vida nacional sin estar sujetos a la bondad o a la crueldad de un líder Egipcio, el precio parece ya muy caro. Es por esto que más de una vez en la Torá se mencionan las quejas del pueblo de Israel:
“Recordamos la pesca de la que comíamos en Egipto, de los frutos, los pepinos, las verduras, las cebollas y ajos” (Bemidbar 11:5)
Del mismo modo ocurre cuando se levantan en contra de Moshé y Aharón:
“Levantó la voz toda la congregación gritando, y lloró el pueblo aquella noche, y quejándose en contra de Moshé y Aharón, todos los Hijos de Israel dijeron la congregación: Ojalá hubiésemos muerto en Egipto o en este Desierto. Por qué Dios nos trae a esta tierra a caer en manos de nuestro Enemigo, nuestras mujeres e hijos caerán en cautiverio, nos sería mejor volver a Egipto. Entonces se dijeron unos a otros: demos la vuelta y volvamos a Egipto”
¿Para eso salimos de Egpto? ¿Para intentar volver hasta allí?
Hemos estudiado en más de una ocasión que más difícil que sacar a los hijos de Israel del corazón de Egipto, fue difícil sacar a Egipto del corazón de los judíos. Por eso la salida de Egipto no es sólo en nombre de la mera liberación, sino para educar al pueblo en Mitzvot, en normas y leyes que le den sentido a esa libertad. La liberación por la liberación no es algo “auténtico”.
La rebeldía por la rebeldía misma no nos llevará a ningún lado, y no sólo eso sino que hay quienes viven en la ilusión de que tras desconectarse de todo aquello que los liga al pasado encontrarán a su “verdadero yo”. Ese globo se revienta cuando se descubre que del otro lado… están las mismas cosas.
A pesar que en los ejemplos que he citado de la Torá los personajes pasaron de un sistema a otro en el que nuevas normas regían el juego, en ningún caso ellos pretendían en realidad “encontrarse a si mismos” ni tampoco “encontrar el yo auténtico”, sino que todos buscaban servir un objetivo más grande que ellos, una idea superior, caminar por el sendero de Hashem, bajo la idea de:
“Y caminarás humildemente con Dios” (Mijá 6:8)
No siempre es necesario viajar lejos para encontrar a nuestro verdadero yo. No siempre es necesario romper lazos con el pasado para sentirse libre. El desprecio por una tradición antigua y su postergación, sólo porque se trata de algo que aparentemente es anacrónico y desencajado para el 2022, es rídiculo. Es como decir, “dejemos de beber agua, porque ya durante miles de años la humanidad ha tomado agua, es necesario algo nuevo”. No por nada la Torá ha sido comparada con el agua!
La liberación, la persecución de la autenticidad y la voluntad de ser libres pueden darse bajo condiciones rutinarios, como en condiciones extremas. En uno de sus libros, el sobreviviente de la Shoá, Primo Levi Z”L, cuenta que mientras estaba en Auschwitz le sucedió que vio a uno de los prisioneros lavarse el rostro en las cloacas en una barraca. Pensó que se trataba de un acto innecesario, nadie saldría de ahí pronto y si salían no era precisamente vivos, a nadie le esperaba una cita. Después de increpar al individuo en cuestión, argumentando que era una pérdida de tiempo asearse en esas condiciones, el prisionero le contestó que lo hacía, porque tenía la posibilidad de elegir hacerlo o no. En el minuto que se le quitara incluso esa pequeña libertad, no se sentiría más una persona libre, mientras tanto, seguía siendo dueño de esa libertad.
Yuval Noaj Harari cuenta que en la película el Show de Truman, el protagonista vive en una dimensión ficticia, un show de televisión y el drama transcurre mientras el pretende liberarse del mundo en el que creció y salir hacia la libertad. ¿Qué espera encontrase afuera? El amor de su vida (de su vida ficticia) que fue expulsada del programa por el director. Esta muchacha representa toda la conexión del protagonista con ese mundo ficticio al que tanto aborrece, y a pesar de eso, ¡es lo que Truman busca!
La película termina con Truman cumpliendo su sueño. ¿Cuál? El sueño del amor perfecto que Hollywood quiere que creamos. Algo bastante contradictorio para una película que llama a no creer en las pantallas.
Y lo mismo sucede con Neo en Matrix. El protagonista busca liberarse de aquel mundo oscuro y no real. Pero cuando finalmente sale de la red e ingresa al mundo verdadero, se da cuenta de que también allí hay problemas, traiciones, dolores, sueños, amores y decepciones. Todo lo que había en el mundo virtual, estaba también en el real y viceversa.
Erich Fromm establece que, a fin de cuentas, la liberación es una voluntad constante de moverse, avanzar y no permanecer estáticos. Intentar avanzar, más que de lo que intentamos avanzar. Para encontrar a nuestro verdadero Yo no es necesario volar miles de kilómetros. Tal como lo dice Harari, no es que en nuestro cerebro hay un pequeño cofre que dice: “Abrir sólo en Tailandia” y que cuando lleguemos allí descubriremos la verdad verdadera, y despertarán en nosotros todo tipo de sentimientos nunca sentidos. Todo está ya en nuestro interior. Quizás valga la pena comenzar a pensar en el deseo de liberarse de aquel anhelo de liberación y comencemos a entender que se trata de un proceso constante.
Pesaj es la fiesta de la libertad, pero de un libertinaje incontrolable, de una rebeldía sin objetivos y sin destino. La apertura del relato del Seder comienza con las cuatro preguntas:
“Por qué esta noche es diferente a las demás”
Las respuestas son tan certeras, que quizás valdría la pena que los adultos cantaran la canción y no los niños. “Todas las noches comemos ya sea Jametz o Matzá, esta noche sólo Matzá […] todas las noches comemos sentados o recostados… esta noche, sólo recostados”.
En la noche del Seder, la noche que simboliza la libertad en su plenitud, no nos rebelamos en contra de todo para pasar a ser del todo libres, sino que elegimos algo diferente. No elegimos comer sólo Matzá, sino que cantamos que generalmente podemos elegir entre una cosa y otra.
La voluntad de liberación y nuestro intento de desprendernos del pasado, junto con el del mundo moderno de decirnos que hasta hoy vivimos una época relativamente oscura, lleva a que muchas personas quieran sólo rebelarse, sólo borrar el pasado sin obedecer. La verdadera libertad no es vivir con temor de la tradición, y no bajo su soberanía dominante, sino en un sano diálogo con ella, en donde nosotros tenemos el control.
Pesaj nos invita no sólo a pensar “de qué nos queremos liberar este año” sino a preguntarnos, qué vamos a renovar, que nos llevamos con nosotros, cómo avanzamos, cómo vamos a integrar a los sentados y a los recostados, entre oriente y occidente, entre Jametz y Matzá. Nuestro rol como judíos es combinar el pasado y el presente para enfrentar de mejor manera el futuro.
David Umansky, miembro del Kibbutz Ginosar en los años 30, le preguntó a Haim Nahman Bialik, poco después de Purim, cómo hacer para celebrar Pesaj en un Kibbutz. Los Kibbutzim no son precisamente los lugares más tradicionalistas, sino bastante “rebeldes” en cierto sentido. La respuesta de Bialik es simplemente fenomenal y habla tanto de renovación como de tradición, no una liberación que justamente nos conecta con el pasado. Así escribe Bialik:
“Los jaguim, las fiestas, no se pueden inventar… se pueden “estilizar”, pero no crear desde la nada. Una festividad es un asunto de creación colectiva, en la que participan diversas fuerzas y principios como la religión, la tradición, la historia, el arte, la naturaleza, etc. Celebren las fiestas de sus antepasados y agréguenles a ellas algo de ustedes, cada uno según su capacidad, su gusto y su celebración. Lo principal es que lo hagan con Fe, desde un sentimiento vivo, de una necesidad espiritual, pero no se vayan más allá, no se pasen de vivos. Para nuestros antepasados, los Shabbatot y las fiestas no eran una carga. A pesar de que lo repetían una y otra vez, encontraron en ellos un nuevo despertar, puesto que había en ellos un brillo y una Berajá de cada festividad residía en ellos”.
Que podamos liberarnos de ese deseo obsesivo de ser libres y podamos reentendero y resignificarlo, renovarnos como decía el Rav Kook “Lo antiguo se renovará y lo nuevo se santificará”.
Shabbat Shalom,
Jag Sameaj.
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