Por Francisco Salgado, Periodista de CCHIL

Hace 16 años un atentado terrorista cambiaría la vida de la chilena Patricia para siempre.
El 9 de agosto de 2001, Izzadin al-Masri, de 22 años y Ahlam Tamimi, un estudiante universitario de 20, sembraron el pánico, la muerte y la destrucción en el centro de Jerusalem. Hamás lo había entrenado y equipado, ellos estaban preparados para una misión al grito de “Allah hu akbar”. Dos meses antes, 21 israelíes habían muerto por la acción de un kamikaze palestino a las afueras de una discoteca en Tel Aviv, el ambiente estaba tenso. La policía, alertados de un posible ataque terrorista, no pudo localizarlos, algo falló en el control entre Jerusalem Este y Oeste, el terror se paseaba libremente por las calles de la ciudad. Al-Masri tenía una guitarra al hombro, repleta de cinco kilogramos de explosivos. Clavos, tornillos y pernos adosados a la bomba complementaban este cóctel del horror. El lugar escogido fue la Pizzería Sbarro, en la intersección de Jaffa y King George, una de las esquinas más concurridas de Jerusalém.

Alguien vigilaba la entrada al local. Poco antes de las 14:00 horas, y con el lugar lleno de gente, llegó la señal. Tamimi y Al-Masri se separaron. El segundo entró en el restaurante, solo y observando las decenas de hombres, mujeres y niños. Probablemente satisfecho con el número, detonó su bomba… 18 personas murieron, entre ellas 7 pequeños, y más de 90 resultaron heridas ese fatídico día. “Yo estaba sentada ahí, a la derecha de la entrada, junto al caballero que está ahí tirado” me relata mientras mira espantada un video de la devastación. Recién, después de más de 10 años, Patricia Méndez se atrevió a ver imágenes del atentado… Antes no podía, el llanto fue su primera reacción. “Yo estaba en Israel por el matrimonio de una prima, y con mi abuela nos íbamos a tomar una bebida en el Sbarro”, cuenta con más calma. “Por el calor yo andaba muy mal del estómago. Una señora que ahora veo entre las víctimas me ayudó en el baño del local…Las caras que vi ese día no se me van a olvidar nunca” sentencia. “Mi abuela me quería dejar sentada ahí para ir a comprar medicamento, pero no sé porque preferí acompañarla… no era mi hora nomás” comenta. “Entrabamos a una farmacia a media cuadra cuando oímos la explosión…inmediatamente sentimos las sirenas y todo el mundo corría, era una locura… un primo nos llamó para saber de nosotros y ahí me puse a llorar, ¡¡¡yo estaba ahí!!!”.

Para Patricia, como para muchos otros, ese día no se olvidará nunca. Si bien no sufrió directamente las consecuencias, saber que estuvo a minutos de ser una de las víctimas es algo que la marcó. Por eso muchas veces no entiende a los que defienden a aquellos, que como Izzadin al-Masri, y Ahlam Tamimi, asesinan a civiles inocentes, sin más justificación que un odio de generaciones. Ella quiere la paz, pero sabe que la "Ley del Talión", esa del ojo por ojo, dificulta cualquier intento.

Para muchos el atentado en Sbarro es un hecho relativamente lejano, sobre todo si no tienes parientes o conocidos entre las víctimas, pero un detalle hace considerar lo cerca que cualquiera puede estar de ser un nuevo protagonista de cosas como esta: Mirando la foto de los muertos, el corazón se aprieta cuando detienes la vista en la más joven de las víctimas, Hemda Schijveschuurder, una pequeñita de sólo 2 años, y con un parecido escalofriante con la foto de cuando pequeño de uno de los hijos de Patricia.