The Times They Are A-Changin’:
El nuevo rostro del islam radical
Universidades progresistas, extremismo chií y la amenaza a la civilización occidental
Introducción: El peligroso nuevo rostro del Islam radical
Si se le pide a un occidental definir el islam radical, inmediatamente surgirán imágenes de decapitaciones perpetradas por el ISIS, atentados suicidas, ataques terroristas como el 11 de septiembre o la masacre del Bataclan, o ataques aislados realizados con coches y cuchillos. Históricamente, el islam radical se consideraba proveniente de barrios empobrecidos, de herederos saudíes en busca de emociones fuertes, o de estudiantes árabes y del sur de Asia de clase media secular que experimentaban un súbito despertar religioso después de descubrir demasiado los placeres «haram» y la moral relajada de Occidente.
Pero, tal como lo cantaba Bob Dylan: «The Times They Are A-Changin’» —los tiempos están cambiando.
Hoy emerge una amenaza más insidiosa, que ya no proviene de guetos empobrecidos ni de herederos inquietos, sino de universidades élite como las Ivy League y los principales campus europeos. Jóvenes privilegiados, educados y en su mayoría blancos en instituciones prestigiosas, se están radicalizando cada vez más —quizás sin siquiera darse cuenta— por la ideología revolucionaria del chiismo duodecimano, amplificada por una retórica antioccidental, woke e interseccional, profundamente arraigada en las creencias escatológicas chiitas.
Para entender cómo hemos llegado a esta inquietante realidad, es fundamental explorar los eventos históricos que han sentado las bases del explosivo encuentro actual entre las ideas radicales del chiismo duodecimano y la obsesión de los liberales occidentales con la justicia social y la lucha contra la opresión.
El islam chií: del esoterismo quietista a juristas-teólogos militantes
Para comprender plenamente este radical cambio ideológico dentro del islam chií, y para dejar absolutamente claro que el objetivo de este ensayo no es atacar la fe y las creencias de entre 200 y 300 millones de personas, es esencial considerar brevemente su evolución histórica.
El islam chií, especialmente en sus formas tempranas, fue fundamentalmente esotérico y místico. Arraigado profundamente en una «imamología»—una teología mística que reverenciaba a los imanes como intermediarios espirituales dotados de inteligencia cósmica (‘aql) y conocimientos esotéricos—la tradición ponía énfasis en una comprensión espiritual interna, más que en el rigor jurisprudencial o el activismo político. Esta tradición mística definió el chiismo hasta el siglo X, cuando la Gran Ocultación (la desaparición del duodécimo Imán) creó un vacío de liderazgo que obligó a los teólogos y juristas a reinterpretar y racionalizar la doctrina chií para asegurar la supervivencia comunitaria.
En el intelectualmente vibrante entorno de Bagdad en el siglo X, donde las tradiciones filosóficas y racionalistas griegas fueron intensamente traducidas y estudiadas, los eruditos chiíes emprendieron una profunda transformación doctrinal. Teólogos y juristas eminentes como Shayj al-Mufid y especialmente su discípulo al-Sharif al-Murtada adaptaron el pensamiento chií hacia un marco racionalista-jurídico, enfatizando la razón (‘aql) y la lógica como herramientas fundamentales para interpretar textos religiosos y guiar la práctica comunitaria. Esta racionalización tuvo dos efectos principales: alejó al chiismo de sus orígenes esotéricos y místicos—a menudo descartando tales enseñanzas como heréticas—y estableció la base para la tradición jurídica chií moderna, centralizando el papel de los juristas en la interpretación y aplicación de la ley religiosa.
Durante siglos, la autoridad de los juristas se expandió continuamente, culminando finalmente en la teoría de la Wilayat al-Faqih («Custodia del Jurista») del ayatolá Jomeini, que representa la activación política radical de lo que originalmente era una tradición mística introspectiva. Por lo tanto, la Revolución Islámica de 1979 no surgió simplemente de la nada; fue el punto final dramático y lógico de casi un milenio de reinterpretación racionalista, durante el cual la teología chií evolucionó gradualmente desde el misticismo hacia la jurisprudencia, y finalmente hacia una ideología política activa.
Contexto histórico: la revolución chií se encuentra con el privilegio elitista
La Revolución Iraní de 1979 transformó el islam chií, que históricamente había sido una minoría apolítica y quietista, en una ideología política radical y activista cuyo objetivo explícito es socavar la civilización occidental. Arquitectos intelectuales como Ali Shariati fusionaron el martirio chií con el anticolonialismo marxista, creando una mezcla ideológica muy poderosa. La retórica revolucionaria chií enmarca a Occidente como opresivo, racista e imperialista, empleando la taqiyya —la ocultación estratégica de sus verdaderas intenciones— para infiltrarse en círculos progresistas al disfrazar objetivos extremistas como justicia social y resistencia anticolonial.
Esta transformación radical no permaneció aislada en Irán, sino que se extendió rápidamente, influyendo profundamente en comunidades chiíes alrededor del mundo y sentando las bases para un cambio ideológico mucho más amplio.
La ideología radical chií se vuelve dominante
Desde el establecimiento de la República Islámica de Irán, las creencias radicales chiíes han pasado significativamente desde los márgenes hacia la conciencia mainstream chií global. Antes de 1979, las comunidades chiíes en todo el mundo generalmente se adherían a interpretaciones quietistas y no políticas. La revolución iraní catalizó una dramática transformación ideológica, promoviendo un islam chií activista y militante que hoy domina el discurso chií, desde Hezbollah en Líbano hasta las facciones militantes en Irak, y cada vez más en poblaciones chiíes alrededor del globo. Este cambio refleja la expansión de la ideología suní radical mediante los Hermanos Musulmanes y sus actividades misioneras, que reemplazaron formas locales del islam popular en África del Norte, Asia y África subsahariana por una interpretación salafista más rígida y militante, que finalmente penetró en las sociedades occidentales.
Comprender este cambio ideológico exige examinar los fundamentos teológicos y escatológicos profundamente arraigados en el islam chií.
Teología chií y fundamentos escatológicos
El islam chií, particularmente en su rama duodecimana, posee creencias teológicas y escatológicas distintivas que influyen profundamente en sus expresiones ideológicas. Un aspecto central del pensamiento chií es la creencia en doce imames designados divinamente, descendientes del profeta Mahoma, considerados guías infalibles y espiritualmente superiores. El duodécimo Imán, Muhammad al-Mahdi, habría entrado en ocultación y reaparecerá para instaurar justicia global mediante un evento apocalíptico. La cosmogonía y antropogonía chiíes presentan a la humanidad como intrínsecamente dividida entre las fuerzas del bien (Ahl al-Bayt y sus seguidores) y las fuerzas del mal (los opresores), estableciendo así las bases para una visión profundamente binaria del mundo, adoptada por activistas radicales.
En la creencia chií, el Qiyama (Día de la Resurrección) es especialmente alarmante, ya que interpretaciones radicales sostienen que todos los no-chiíes —e incluso muchos chiíes no plenamente iniciados o suficientemente devotos— serán resucitados únicamente para enfrentar la aniquilación a manos del ejército del Qa’im (el Mahdi). No solamente los estadounidenses, que habitan en el denominado “Gran Satán”, ni únicamente los israelíes (especialmente los judíos), que residen en ese pequeño territorio conocido en el mundo chií contemporáneo como el “Pequeño Satán” — sino todos y cada uno de los seres humanos no-chiíes que alguna vez hayan respirado y existido. Esta perturbadora visión apocalíptica resalta claramente por qué la radicalización de la ideología chií nos preocupa tan profundamente, dado que retrata explícitamente un final violento para toda la humanidad fuera de un reducido círculo de verdaderos creyentes.
En efecto, la morbosidad y la violencia están profundamente arraigadas en el núcleo de los fundamentos teológicos y rituales del islam chií, especialmente en su rama duodecimana. Central en la expresión religiosa chií es la veneración del martirio, ejemplificada vívidamente en la trágica muerte del Imán Hussein en la batalla de Karbala en el año 680 d.C. Los rituales que involucran autoflagelación, derramamiento de sangre y apasionadas recreaciones de eventos martiriales reflejan una profunda aceptación cultural y teológica del sufrimiento, el sacrificio y la muerte. Aunque estos rituales pueden tener un profundo significado espiritual para sus creyentes, su normalización generalizada en la práctica religiosa chií crea un marco teológico inherentemente cómodo con la violencia, el martirio y la confrontación. Esta aceptación cultural y teológica de lo mórbido y del martirio, por lo tanto, constituye un terreno fértil para interpretaciones extremistas que glorifican la resistencia violenta, transformando la devoción espiritual en una posible justificación ideológica para la agresión, el terrorismo y la violencia revolucionaria —especialmente contra quienes son percibidos como opresores en Occidente, en Israel y más allá.
Pero el acontecimiento más llamativo y preocupante de los últimos años es que la potencia ideológica de estas creencias ha encontrado un ambiente perfecto para anidarse en los campus universitarios occidentales, particularmente mediante discursos interseccionales y la ocultación estratégica de ciertos aspectos problemáticos.
Radicalización en los campus: Interseccionalidad y Taqiyya
La ideología radical chií hoy en día aprovecha la interseccionalidad, infiltrándose en los campus occidentales al alinearse perfectamente con las narrativas woke (progresistas). Las universidades de élite, especialmente las de la Ivy League, se han convertido en terreno fértil para esta infiltración ideológica, y los estudiantes adoptan fácilmente el discurso revolucionario chií, sin ser conscientes —o siendo indiferentes— a sus connotaciones apocalípticas. Se podría argumentar con seriedad que la escatología chií, especialmente la inminente llegada del Mahdi, resuena profundamente entre estudiantes con inclinaciones espirituales atraídos por una retórica revolucionaria que promete una justicia global radical. Esta manipulación explota el idealismo estudiantil, llevándolos hacia un extremismo revolucionario bajo el disfraz de la lucha antiimperialista y la justicia social.
Es crucial entender que este radicalismo emergente en círculos intelectuales y académicos occidentales no es simplemente resultado de una infiltración del extremismo chií en espacios progresistas, aunque ciertamente existan casos de ello
. Consideremos por ejemplo a Jalal Moughania, presentado por la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal Wayne en Detroit, Michigan—donde enseña un curso sobre Derecho Islámico—como «abogado internacional, autor y conferencista con un enfoque interdisciplinario centrado en construir puentes de entendimiento entre los ámbitos del derecho, los negocios, la fe y la cultura». Cabe preguntarse exactamente qué tipo de puentes y entendimiento pretende construir Moughania, dado que publicó en Instagram un mensaje de condolencias tras la eliminación del architerrorista Hassan Nasrallah, el 28 de septiembre de 2024. En un notable ejemplo de taqiyya en acción, el mensaje no menciona explícitamente ni a Nasrallah ni a Hezbollah, sino que utiliza expresiones islámicas tradicionales que suelen decirse al enterarse de una muerte: «Pertenecemos a Alá y a Él regresamos», añadiendo además: «nuestras más sinceras condolencias y nuestra más profunda solidaridad con el noble pueblo libanés y con todos los pueblos oprimidos en esta gran calamidad». Sutil, pero perfectamente claro para cualquiera que entienda el contexto.
Más bien, el problema radica en que el pensamiento revolucionario chií contemporáneo y las modernas ideologías poscoloniales, marxistas, progresistas y woke son por naturaleza una combinación perfecta. Ambas comparten una visión profundamente binaria del mundo, dividiendo a la humanidad en categorías claras de oprimidos y opresores, imperialistas y colonizados, privilegiados y marginados. El uso estratégico de la taqiyya por parte del islam chií —su doctrina teológica que permite ocultar o disimular ciertas creencias cuando es conveniente— facilita que este pueda hábilmente esconder aspectos incompatibles con los valores progresistas contemporáneos, especialmente en relación con los derechos de las mujeres y las personas LGBTQ+. De este modo, se presenta eficazmente en círculos académicos y activistas como un movimiento antiimperialista global proveniente del Sur Global, una noble resistencia de los oprimidos contra la opresión occidental. Esta convergencia ideológica, combinada con la ocultación estratégica facilitada por la taqiyya, explica precisamente por qué la ideología revolucionaria chií encuentra terreno fértil en las instituciones occidentales de élite y en el discurso progresista actual.
Casos concretos ilustran cuán profundamente esta radicalización ideológica ha penetrado en influyentes instituciones occidentales.
Zohran Mamdani como estudio de caso: la radicalización en acción
De manera alarmante, esta ideología radical gestada en los campus está filtrándose ahora hacia la política convencional mediante una nueva generación de jóvenes líderes. Zohran Mamdani es un ejemplo paradigmático. Actualmente miembro de la Asamblea del Estado de Nueva York, Mamdani – un autoproclamado chií duodecimano y socialista – ganó las elecciones primarias del Partido Demócrata para la alcaldía de Nueva York, lo que prácticamente garantiza su llegada al City Hall en las próximas elecciones. Mamdani inició su activismo político en la universidad, fundando el capítulo local de su campus de Students for Justice in Palestine, un movimiento conocido por sus posturas intransigentes. Profundamente imbuido en este entorno, Mamdani ha trasladado esa ética de «resistencia» universitaria a su carrera política pública.
Ha reproducido abiertamente los discursos de Hezbollah de maneras que sorprendieron incluso a los neoyorquinos más escépticos. Durante un acto de campaña este año, Mamdani describió una operación israelí contra Hezbollah en términos que podrían haber sido escritos por el propio Nasrallah. Refiriéndose a la «operación buscapersonas» del Mossad contra terroristas de Hezbollah, Mamdani la retrató como «la explosión por parte de Israel de miles de buscapersonas en todo el Líbano y la muerte de decenas de civiles libaneses, incluyendo una niña pequeña». Omitió deliberadamente que los ataques iban dirigidos contra combatientes de Hezbollah, presentando en cambio a los terroristas como civiles inocentes y a Israel como despiadado asesino de niños. Según afirmó, «decenas de civiles» habían muerto, una cifra que ni siquiera Hezbollah había alegado, tal como señalaron diversos comentaristas.
En esencia, Mamdani lanzó una descarada propaganda pro-Hezbollah en una mezquita de Queens, reinterpretando una operación antiterrorista quirúrgica como una masacre de inocentes. Observadores veteranos de la política neoyorquina quedaron atónitos. Un artículo de opinión en Commentary destacó con sorpresa que «no queda claro si el propio Hezbollah haya caracterizado jamás la operación en términos tan descaradamente favorables como lo hizo Mamdani». Que un legislador estadounidense en funciones — educado en una universidad de élite e hijo de académicos — actúe como portavoz de una milicia iraní resulta asombroso, aunque constituye la conclusión lógica del proceso de radicalización en los campus que aquí hemos examinado.
Mamdani es efectivamente un portavoz post-7 de octubre de la ola desestigmatizada de antisemitismo y antisionismo en Occidente. Promueve la «resistencia» sin reservas: prometiendo «arrestar a Benjamin Netanyahu» si es elegido, y negándose incluso a condenar el Holocausto si ello implica romper filas con la ortodoxia de extrema izquierda. Para Mamdani y personas como él, apoyar a los aliados de Irán forma parte de una solidaridad basada en un enfoque de «nosotros contra ellos» en relación con los musulmanes; de hecho, incluso dijo a votantes musulmanes que finalmente tenían la oportunidad de votar por «uno de los nuestros». Esto refleja la convergencia entre políticas de identidad e ideologías extremistas: ser «uno de los nuestros», en su discurso, significa posicionarse orgullosamente contra Israel hasta el punto de defender grupos calificados como terroristas por Estados Unidos. No es casualidad que Mamdani sea protegido de figuras como Linda Sarsour y esté alineado con las polémicas posturas de los Socialistas Democráticos de América. El canal directo que existe entre campus universitarios y la política está dando poder a este tipo de voces, lo que sugiere que lo que hoy comienza como radicalismo estudiantil podría moldear las alcaldías y los parlamentos del mañana.
Las instituciones académicas de élite en todo Estados Unidos ejemplifican aún más esta preocupante tendencia ideológica.
Semilleros de radicalización en los campus: de Harvard a Sciences Po Paris
Universidades estadounidenses de élite se han convertido en focos de esta transformación ideológica. En Harvard, Yale, Columbia y UC Berkeley, protestas estudiantiles adoptan abiertamente consignas incendiarias como «Larga vida a la intifada» o «globalizar la intifada», alineándose implícitamente con grupos militantes como Hezbollah. Estudiantes de Harvard protestaron explícitamente contra acciones israelíes que tenían como blanco a Hezbollah, vinculando las luchas palestinas con la militancia chií, percibida como resistencia que resuena con las aspiraciones apocalípticas del chiismo.
Las universidades y diversos medios han documentado estos acontecimientos. Por ejemplo, estudiantes manifestantes de Harvard corearon «globalizar la intifada» en el otoño de 2024, y en una manifestación en Yale se elogió a los «mártires» desde Gaza hasta Beirut. En la Universidad de Columbia, una protesta titulada «Todos por el Líbano» respaldó implícitamente la causa de Hezbollah. En California, activistas de la UC Berkeley gritaron «viva la intifada» mientras vandalizaban un evento. En Europa, estudiantes de Sciences Po interrumpieron su campus con cánticos de «Hezbollah», y la Palestine Society de SOAS publicó una cita de Nasrallah sobre la inminente desaparición de Israel.
Esta convergencia de la teoría radical de izquierda con la teología escatológica chií presenta riesgos significativos, ya que podría fomentar nuevas formas de terrorismo ideológico.
Convergencia intelectual: teoría revolucionaria y terror apocalíptico
Porque es precisamente este encuentro el que configura el nuevo rostro del islam radical.
La confluencia de pensadores radicales como Fanon, Foucault y Derrida con la teología revolucionaria chií crea un cóctel ideológico particularmente potente, capaz de inspirar una nueva ola de terrorismo occidental. Al integrar sofisticadas críticas al capitalismo occidental, al imperialismo y a la percepción de una opresión sistémica con conceptos radicales chiíes de justicia divina y confrontación escatológica, esta convergencia ideológica genera una mezcla explosiva de radicalismo intelectual y fanatismo religioso.
Este nuevo radicalismo tiene el potencial de inspirar grupos terroristas que se asemejan a un híbrido de la violencia revolucionaria de extrema izquierda—surgida de la oleada activista estudiantil de los años 60—representada históricamente por grupos como Weather Underground, las Brigadas Rojas y la Banda Baader-Meinhof, y de milicias chiíes contemporáneas como el Ejército del Mahdi, Hezbollah y Ansar Allah.
Estamos, en esencia, ante un regreso al futuro de los «años de plomo a la Mahdi»:
Este es el futuro del terrorismo: militantes ideológicamente comprometidos, adoctrinados por teorías radicales de izquierda con un giro apocalíptico chií, buscando violencia revolucionaria transformadora dirigida contra objetivos tanto simbólicos como prácticos en Occidente. ¿El futuro? No. Esto ya comenzó: el tiroteo del Museo Judío de la Capital en 2025, perpetrado por un radical hispano de la justicia social galvanizado por la causa palestina, ilustra exactamente cómo esta combinación se manifiesta en la realidad: sofisticada ideológicamente, pero despiadadamente violenta, enmarcando actos terroristas no solamente como resistencia, sino como justicia revolucionaria sancionada divinamente. Sin intervención, las naciones occidentales corren el riesgo de enfrentar amenazas terroristas cada vez más complejas, impulsadas por una fusión tóxica de ideologías antioccidentales militantes y celo religioso apocalíptico.
Las implicaciones de esta radicalización trascienden los casos aislados, anunciando potenciales nuevas formas de violencia ideológica.
Implicaciones para las comunidades musulmanas suníes en Occidente
Como si la situación no fuera ya suficientemente grave, las comunidades musulmanas en Occidente, especialmente las suníes, están experimentando una profunda sacudida como resultado de la decisión de Hamás de suicidarse políticamente mediante una brutal orgía de atrocidades contra israelíes inocentes el 7 de octubre.
Puede ser que muchos imames y líderes comunitarios estén incómodos con el hecho de que jóvenes suníes idolatren a revolucionarios jomeinistas, dados los conflictos sectarios y políticos involucrados. Sin embargo, lo cierto es que el aparente «silencio» o complicidad de los regímenes suníes (como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto) frente al sufrimiento palestino ha provocado la alienación de innumerables jóvenes musulmanes, muchos de los cuales han crecido en ambientes donde el antisemitismo está tan profundamente arraigado en su cultura, que, como afirma el historiador francés Georges Bensoussan, «se bebe con la leche materna».
Estos jóvenes musulmanes ven a esos gobiernos normalizando relaciones con Israel en Medio Oriente o simplemente emitiendo declaraciones vacías, así como a los países occidentales proclamando la defensa de los derechos humanos, pero negándose (correctamente) a romper relaciones diplomáticas con Israel debido a su guerra contra Hamás en Gaza, contrastando fuertemente con las furiosas denuncias de Teherán y los misiles de Hezbollah.
En ese contexto, la «resistencia» iraní puede parecer auténtica, siendo percibidos como los únicos que realmente actúan en consecuencia. El propio Hassan Nasrallah aprovecha esta percepción instando a todos los árabes y musulmanes a «unirse detrás de Irán», porque «los enemigos de Irán son los enemigos de Al-Quds (Jerusalén en Arabe)». Esta narrativa es persuasiva: si los reyes suníes no luchan por Palestina, quizás los militantes chiíes lo harán. Las protestas universitarias han reflejado este sentimiento, condenando a veces explícitamente a los líderes árabes como traidores. En consecuencia, algunos jóvenes suníes han comenzado a ser receptivos a la retórica islamista chií de una manera inimaginable hace una década. Esto podría anticipar cambios profundos y a largo plazo en las relaciones intramusulmanas en la diáspora, desdibujando las divisiones sectarias pero en líneas radicales y confrontacionales. Cabe destacar que esto es exactamente lo que los ideólogos revolucionarios iraníes anhelaban: exportar su revolución, no tanto como chií en sí misma, sino como un levantamiento islámico (y tercermundista) que une a todos contra Occidente e Israel. Irónicamente, las universidades occidentales se han convertido en incubadoras de ese sueño.
Frente a esta amenaza emergente, las sociedades occidentales enfrentan un momento crítico que demanda acciones decisivas.
El frente iraní en Chile: infiltración, ideología y extremismo indígena
Chile representa un frente cada vez más crítico en la estrategia iraní de desestabilizar a las democracias alineadas con Occidente mediante infiltración ideológica y guerra híbrida. Motivado por su ideología revolucionaria desde 1979, Teherán ha desarrollado silenciosamente redes clandestinas en toda América Latina, disfrazadas como iniciativas culturales, académicas o comerciales, cuyo objetivo es erosionar la estabilidad democrática.
En Chile, la cooperación histórica en materia de inteligencia —como la vigilancia conjunta chileno-israelí sobre la embajada iraní en Santiago— subraya la amenaza constante de las ambiciones encubiertas de Teherán. Ahora, el régimen iraní ha ampliado su manual estratégico para instrumentalizar a grupos radicales marginales y organizaciones criminales, una táctica ya observada en Europa y otras regiones, para ejecutar operaciones disruptivas manteniendo una negación plausible.
Un acontecimiento especialmente alarmante es la alineación ideológica y el apoyo encubierto de Irán a grupos radicales mapuches en la región de La Araucanía, Chile. Organizaciones como la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), la Resistencia Mapuche Lafkenche (RML) y Weichán Auka Mapu (WAM), oficialmente calificadas como entidades terroristas por la Cámara de Diputados de Chile, reflejan cada vez más la narrativa revolucionaria anticolonial de Irán, involucrándose en incendios intencionales, sabotajes y violencia selectiva. Las ocupaciones rurales sistemáticas, el sabotaje coordinado a las operaciones forestales y los ataques incendiarios reflejan estrechamente las tácticas históricas de Teherán al utilizar actores ideológicamente afines para avanzar en sus objetivos geopolíticos.
Además, el panorama de seguridad chileno se complica aún más con la emergencia de organizaciones criminales transnacionales como el Tren de Aragua, cuya expansión latinoamericana ha sido aprovechada por el principal aliado regional de Irán, la Venezuela de Maduro, para ejecutar operaciones violentas y actividades clandestinas. Estas redes criminales proporcionan una capacidad híbrida de guerra, permitiendo a Teherán y Caracas desestabilizar estados mediante empresas criminales encubiertas e interrupciones estratégicas.
La estrategia híbrida iraní en Chile se evidencia claramente en tres niveles principales:
Penetración ideológica: difusión del discurso revolucionario chií a través de canales académicos y políticos. La Universidad Al-Mustafa en Qom, Irán, actualmente sancionada, sirve como intento iraní de emular la Universidad Patrice Lumumba de la Rusia soviética, educando a extranjeros de África, Asia y América Latina en su propio idioma antes de enviarlos de vuelta a sus países, creando así una vanguardia revolucionaria altamente adoctrinada y lista para propagar la ideología jomeinista en sus respectivos países. Y aún peor, a través de influencers musulmanes ubicados en Chile que promueven esa narrativa marxista-revolucionaria-chií entre la juventud chilena, en busca de alguna causa que dé sentido a su vida vacía.
Fortalecimiento de proxys: apoyo a grupos radicales mapuches en su violenta agenda etnonacionalista.
Infiltración criminal: utilización de organizaciones criminales transnacionales para proporcionar cobertura operativa y disrupciones estratégicas.
Es crucial entender que este esfuerzo de guerra híbrida no es ejecutado únicamente por Irán. Está activamente apoyado y co-dirigido por Venezuela, y reforzado por adversarios regionales de Chile como Bolivia, Nicaragua y Cuba. Estos estados comparten un interés estratégico en debilitar a Chile para disminuir la influencia democrática y occidental en América Latina, un interés igualmente compartido por Rusia y China, cuyo objetivo es socavar la arquitectura de seguridad estadounidense en LATAM y erosionar su liderazgo regional, apuntando específicamente contra los dos aliados más importantes de Estados Unidos en el continente: Colombia y Chile. Al desestabilizar las instituciones democráticas chilenas, su estabilidad económica y la cohesión social, estos actores buscan erosionar colectivamente las estructuras alineadas con Occidente y fomentar condiciones regionales más propicias para modelos de gobernanza autoritaria y antidemocrática.
Chile enfrenta así una amenaza sofisticada y multifacética dirigida a fracturar la cohesión social y la integridad democrática, lo que destaca la urgente necesidad de implementar medidas integrales y decisivas en materia de seguridad nacional.
Conclusión: Enfrentando a la bestia
Reconocer y enfrentar esta infiltración ideológica y amenaza es algo urgente. Los líderes occidentales, académicos y responsables de la seguridad deben abordar de inmediato la propagación de la ideología chií radical entre jóvenes privilegiados. Las universidades deben recuperar su papel como centros de pensamiento crítico, en lugar de incubadoras de extremismo revolucionario.
Mi humilde sugerencia, como descendiente de la unión entre un revolucionario marxista latinoamericano y una familia judía oriental (los llamados «judíos de corte»), gentilmente invitada por sus compatriotas a abandonar las tierras donde habían vivido desde antes de la conquista musulmana de los siglos VII y VIII, sería abandonar la narrativa marxista poscolonial cargada de culpa, y encontrar orgullo —pero nunca superioridad— en lo que uno es y de dónde proviene.
Quisiera concluir diciendo que Israel y Estados Unidos quizá hayan asestado un golpe significativo a Irán y a su eje de grupos terroristas desde el pasado 7 de octubre, pero estos retrocesos militares, por muy reales que sean, se ven contrarrestados por las enormes ganancias ideológicas descritas anteriormente. No nos equivoquemos: gracias a aquellos grandes templos del saber que alguna vez proporcionaron a Occidente su ventaja en la producción de conocimiento, ahora verdaderamente estamos ante una «Primavera para los chiíes y los mulás». Sin acciones decisivas, las narrativas radicales chiíes, las creencias teológicas y escatológicas, potenciadas por una fuerte dosis de ideología marxista poscolonial, seguirán extendiéndose silenciosamente, representando una amenaza existencial para los valores democráticos occidentales. El fantasma de Jomeini continúa recorriendo los campus occidentales—y si no actuamos con determinación, las consecuencias podrían ser profundas e irreversibles.
Walter Ben Artzi
El nuevo rostro del islam radical
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